Fotografía de Niels Bohr en 1935 | Autor: desconocido | Licencia: dominio público
Era el 10 de diciembre de 1922. Probablemente, mientras realizaba el discurso de presentación en la entrega del Premio Nobel en Física al danés Niels Bohr, el consagrado químico sueco Svante August Arrhenius, haya tenido un momento para reflexionar sobre las satisfacciones y las amarguras que reserva la vida académica, a los heterodoxos, a los científicos que se atreven a dar ese paso más.
Después de todo, ambos investigadores fueron víctimas del recelo de sus pares por lo atrevidas de sus presunciones, hasta que a la postre, la poderosa consistencia de sus conjeturas con la evidencia experimental fue demasiado contundente como para ser ignorada. El de Bohr es uno de esos ejemplos emblemáticos, de científicos que, “sobre hombros de gigantes” -al decir de Newton- abren la puerta a nuevas y audaces maneras de enfrentar los problemas que plantea el conocimiento de la naturaleza.
El joven Niels nunca ocultó su pasión por la Física. A los 18 años (1903) ingresó a la Universidad de Copenhague y obtuvo su doctorado en 1911, con una tesis sobre la teoría electrónica de los metales. Siendo aún estudiante, se sintió motivado por el ofrecimiento de un premio por parte de la Academia de Ciencias de Copenhague a quien resolviese cierto problema vinculado a la tensión superficial en fluidos oscilantes. Bohr, entonces de veintitrés años, llevó adelante una investigación teórico-practica que le valió la obtención del premio -una medalla de oro- y la publicación de su trabajo por parte de la prestigiosa Royal Society.
Sin embargo, los estudios de Bohr se orientarían rápidamente hacia aspectos teóricos, particularmente a las implicaciones de la revolucionaria “teoría de los cuantos” en el comportamiento de los electrones en el átomo. Tuvo la fortuna de ser testigo y partícipe de los trabajos experimentales de J. J. Thomson y Ernest Rutherford, considerados fundacionales de la moderna concepción del átomo y su estructura. La respuesta que propuso a la incompatibilidad entre la visión clásica de la mecánica y el electromagnetismo con los datos provenientes de las experiencias mencionadas, fue a la vez, elegante y revolucionaria. Hoy la conocemos como “el modelo de Bohr” y se trata, ni más ni menos que de el primer abordaje del átomo y sus propiedades desde la visión aportada por la física cuántica.
Sus éxitos fueron impresionantes, la concordancia de la teoría y la experiencia era tal que hasta los más duros detractores debieron aceptar que el nuevo enfoque era el correcto. Pero no faltaron los inconvenientes y la resolución de los mismos requeriría del abandono definitivo de algunas nociones clásicas aún presentes en el modelo de Bohr.
La superación de su modelo por el posterior desarrollo de la mecánica cuántica, lejos de desmerecer su trabajo, obliga al reconocimiento por los nuevos senderos que Bohr tuvo el coraje de transitar.
En 1922 se le otorga el Premio Nobel en Física “por sus servicios en la investigación de la estructura de los átomos y de la radiación emanada de ellos”, un reconocimiento temprano y merecido para una vida académica que continuaría intensamente hasta el final de sus días.
Este hito no debe hacernos olvidar el valor de sus trabajos posteriores como investigador y docente. Pocos temas quedaron fuera de su interés; escribió alrededor de 115 publicaciones sobre temas de vanguardia en física teórica. Su centro de atención se desplazó hacia el estudio del núcleo atómico e incluso, a la aplicación de la física en el campo de las ciencias de la vida.
Fue un docente convencido de la necesidad de crear ámbitos de estudio capaces de estimular el desarrollo de ideas novedosas entre los jóvenes investigadores. Abogó en este sentido por la fundación de un Instituto de Física Teórica y obtuvo su cometido cuando en 1921 es creado el hoy llamado Instituto Bohr. El equipo de trabajo reunido por Bohr se caracterizaría por lo prolífico y atrevido de sus elucubraciones, concebidas en un clima de libertad e informalidad que registra pocos precedentes en la historia de las ciencias. Allí, en la tensa calma reinante entre las dos guerras mundiales, convivieron pacíficamente, bajo la tutela de Bohr, las mentes más brillantes de varios de los países protagonistas de ambas tragedias. Allí surgió la provocadora “Interpretación de Copenhague” de la recién nacida “mecánica cuántica” y el instituto, se constituyó uno de los referentes de la polémica con Einstein ante la resistencia de este último a aceptar las consecuencias derivadas del principio de indeterminación de Heisemberg.
Como a tantos científicos de su generación, la tragedia de la Segunda Guerra Mundial no le fue ajena. Adoptó una actitud militante en defensa de los perseguidos por el nazismo y promovió mecanismos para otorgar refugio a los científicos alemanes en peligro por su origen judío. Él mismo se convirtió en refugiado cuando los nazis ocuparon Dinamarca en 1939. En el exilio se sumó al equipo que contribuyó al desarrollo de la primera bomba atómica. Finalizada la guerra, regresó a Dinamarca y abogó por “un mundo abierto”, convencido de la necesidad de alcanzar acuerdos internacionales que evitaran la concreción de un holocausto nuclear de dimensiones catastróficas.
Fue padre de seis hijos, uno de ellos, Aage Niels Bohr, ganó -en forma compartida- el Nobel en Física 1975.
Niels Bohr siguió investigando y ejerciendo la docencia prácticamente hasta su muerte en 1962. Su invalorable legado incluye su prolífico trabajo personal así como el instituto que lleva su nombre y que mantiene una posición de prestigio y liderazgo mundial en el desarrollo de la física teórica.