Finaliza la Revolución de 1904

El 24 de setiembre de 1904, las tropas de Saravia se rindieron en lo que se conoce como la paz de Aceguá, dando fin a la Revolución de 1904 que había comenzado en enero de ese año.
Fotografía de tres soldados apuntando con un arma.

Los primeros ocho meses de batalla dieron a los revolucionarios una ventaja en el conflicto, pero el 1º de setiembre de 1904, Saravia fue herido de bala en la llamada Batalla de Masoller, y falleció el 10 de setiembre.  La desaparición del caudillo desarticuló al ejército nacionalista y provocó el  fin  de la revolución. En aquellos instantes angustiosos, un jefe llegó a pronunciar estas terribles palabras: "Este es un ejército saravista. Caído Saravia, es imposible mantener su cohesión".

Después de Masoller, el ejército blanco se somete. El Partido Nacional renuncia a sus posiciones inconstitucionales. El gobierno recobra toda su autoridad y la política de coparticipación queda abolida. La firma de la paz de Aceguá, que puso fin a la guerra civil, deja definitivamente asentado el modelo urbano en Uruguay.

La destrucción material producida por la revolución fue muy importante, se registraron pérdidas cuantiosas  en ganado y alambrados y dispersión de la mano de obra. Se produjo una paralización de la refinación del ganado, la baja de los precios de cueros y haciendas, la detención de tareas del primer frigorífico y la anulación del crédito bancario para el campo.

Pero hubo también  consecuencias institucionales. Se  consolida la unidad del Estado. El triunfo colorado implicó la finalización de la política de coparticipación en los gobiernos departamentales, la consolidación del poder central y la unificación política y administrativa del país. Termina la dicotomía Montevideo-El Cordobés. El afianzamiento del poder del Estado será ya definitivo y lo usufructuará el Partido Colorado, gracias a su victoria sobre los blancos.

 El vencedor de la guerra civil y presidente de la República, J. Batlle y Ordóñez, recoge naturalmente la jefatura de su partido, y se instala un gobierno excluyente de partido. De acuerdo con sus ideas, la coparticipación con el Partido Nacional se dejará completamente de lado: "Reputo errónea la teoría de la política de coparticipación, según la cual los ministerios deben constituirse, en parte, con hombres de opiniones y tendencias contrarias a las del poder ejecutivo", expresó.

La reforma electoral.

 Con la nueva reglamentación electoral de 1904, se aumentaba de 69 a 75 el número de diputados, y 7 departamentos tendrán un número de bancas divisible por 3, lo que permitirá el acceso de los nacionalistas como minoría en caso de lograr el tercio de los votos (en lugar de la cuarta parte de los sufragios, como se exigía anteriormente.)

En las elecciones de 1905, en Montevideo se constató que la vida política del país todavía estaba en pocas manos: había un diputado colorado cada 593 votos, y un nacionalista cada 779. Se cumplía el propósito de la reforma, que era el de aumentar la representación del partido mayoritario y disminuir la del minoritario.

En resumen, la firma de la paz de Aceguá marca el fin de una época de acuerdos, en la que a través de las tradicionales formas de coparticipación los partidos habían mantenido una paz inestable. Esta paz tuvo una gran importancia en la determinación de las relaciones entre el gobierno esencialmente urbano de José Batlle y Ordoñez y los propietarios rurales. A pesar de los daños y las pérdidas físicas que tuvo que sufrir y de su aislamiento político, que resultó evidente, la clase alta rural pudo considerarse satisfecha. La actitud financiera del gobierno colorado de Batlle fue, a pesar de los insumos que le demandó la guerra, inobjetable.

Más trascendente aún, fue la concluyente demostración de que el poder de una autoridad central resultaba una garantía mucho más efectiva de la paz  y de la estabilidad interna, que cualquier acuerdo interpartidario, sobre la base de una distribución territorial de zonas de influencia. La autonomía del sistema político era un privilegio que la naciente clase política no podía darse el lujo de hipotecar y para ello debía dar respuestas a dos procesos que eran evidentes a fines del siglo XIX: la inestabilidad social del sector ganadero y el rápido crecimiento de la economía urbana. La paz de Aceguá se orienta en esta dirección.

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